Empatía y solidaridad: el alma de una nación herida tras la tragedia del Jet Set

maxwell reyes

Maxwell Reyes

La madrugada que la República Dominicana despertó con el corazón desgarrado por la tragedia del desplome del techo de la discoteca Jet Set, no solo se contabilizaron muertos y heridos. Se sumaron lágrimas, angustias, ausencias. Más de cien personas fallecidas, cientos de heridos y una nación conmocionada. En medio de la catástrofe, han resurgido dos valores esenciales que nos definen como pueblo: la empatía y la solidaridad.

No importa el estrato social, la edad ni el rincón del país desde donde se haya recibido la noticia. Lo que ocurrió en Jet Set no es solo una tragedia urbana. Es una herida nacional. En cuestión de segundos, lo que era un espacio de alegría se convirtió en un escenario de luto. Las imágenes que han circulado por redes sociales y medios de comunicación han sido estremecedoras: personas atrapados entre escombros, padres desesperados buscando noticias, voluntarios que no dudaron en lanzarse al rescate con sus propias manos.

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Es allí donde nace la empatía verdadera: cuando el dolor ajeno se siente como propio. Cuando el miedo que vemos en los ojos del otro se convierte en el nuestro. Cuando entendemos que no hace falta conocer a las víctimas para honrarlas con nuestro respeto, nuestras oraciones y nuestro compromiso social.

Más de 300 brigadistas han trabajado día y noche entre escombros, polvo, llanto y esperanza. A ellos se sumaron médicos, paramédicos, psicólogos, miembros de la Cruz Roja, bomberos, de la Defensa Civil y ciudadanos comunes que se acercaron a ayudar con lo que tuvieran: agua, linternas, brazos.

Esa es la solidaridad dominicana, que no necesita discursos para manifestarse. Que no espera a que lo pida el Gobierno. Que nace de la convicción de que nadie debe enfrentarse solo a la desgracia. Cada botella de agua, cada palabra de consuelo, cada abrazo entre desconocidos ha sido un acto de humanidad que nos reconcilia con la esperanza.

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El Gobierno ha informado oficialmente que concluye la fase de búsqueda y salvamento para dar paso a la recuperación de cuerpos. Este anuncio no marca el fin de los trabajos, sino un nuevo capítulo igualmente duro: dar dignidad a quienes ya no están. Es un momento que exige aún más cuidado, respeto y presencia estatal.

Aquí es donde la empatía debe transformarse en acciones sostenidas: apoyo psicológico a los familiares, acompañamiento en los procesos funerarios, reconocimiento público a las víctimas y garantías de justicia. Porque no basta con llorar; hay que actuar para que el dolor no se repita.

Más allá de la solidaridad del pueblo, es imperativo que la próxima fase —la investigación— no se convierta en una formalidad burocrática. ¿Se cumplieron los protocolos de seguridad en Jet Set? ¿Había inspecciones recientes? ¿Existieron advertencias ignoradas?

La empatía institucional no debe quedarse en comunicados pulcros. Debe traducirse en reformas, supervisión, sanciones si las hubiere. La memoria de los fallecidos exige algo más que homenajes: exige responsabilidad.

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Cuando las cámaras se apaguen y los hashtags dejen de ser tendencia, la verdadera prueba de nuestra empatía y solidaridad comenzará. No podemos permitir que esta tragedia se convierta en una más de las muchas que han quedado en el olvido. Hay que insistir en la verdad, en la justicia y en la prevención.

Los que murieron en Jet Set no pueden hablar, pero nosotros sí. Y lo haremos con respeto, con compromiso, y con esa capacidad tan dominicana de sentir el dolor del otro como si fuera el nuestro.

En conclusión, la empatía nos une en el dolor, y la solidaridad nos levanta de él. Hoy la República Dominicana está de luto, pero también está de pie, abrazándose en medio del caos y exigiendo que el amor al prójimo y la responsabilidad sean nuestras banderas más firmes.

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