Los tristes entierros sin despedidas

Manuel Vólquez

Miles de cadáveres son amontonados en las morgues de los hospitales de los países más afectados por el coronavirus, especialmente en los Estados Unidos y Europa donde la enfermedad ha atacado con fuerza.

Muchos de esos muertos son hispanos que residen en Nueva York, la ciudad más afectada de los Estados Unidos, entre estos dominicanos. El 34 por ciento de las defunciones son latinos, segmento poblacional que se considera frágil para los contagios debido a las condiciones de pobreza en la viven, igual que los afroamericanos.

La pandemia continúa propagándose sin control en ese país. La cifra de contagios alcanzó el sábado 19 de abril 2020 a los 728,310 casos, mientras que las muertes llegaron a las 38 mil 424, según los últimos datos de la cadena NBC News.

Decenas de esos cuerpos son arrojados a fosas comunes situadas en la isla Hart, de Nueva York, al este del Bronx. Allí también yacen desde el siglo XIX los neoyorquinos que mueren sin que nadie los reclame. Los entierran reclusos mal pagados, pues es el Departamento de Prisiones el que gestiona este cementerio público.

Normalmente, se entierran 25 cuerpos de media a la semana. Pero ahora, desde que Nueva York se ha convertido en el epicentro de la peste, son esos mismos 25 cadáveres, pero cada día.

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Eso ha hecho que se haya decidido cavar dos nuevas fosas para el caso de que se necesiten, según confirmaba al periódico The New York Times una portavoz del Departamento de Prisiones. Además, un brote de Covid-19 en la principal cárcel de la ciudad ha obligado a contratar a más trabajadores para realizar esos trabajos.

Esas actividades también se realizan en otras naciones donde ha colapsado el sistema sanitario y tienen que alojar a la inmensa cantidad de muertos en morgues improvisadas para luego enterrarlos en nuevos cementerios y en fosas comunes. Otros son cremados.

Lo más triste de esta situación es que las víctimas son sepultadas sin la presencia de los familiares por temor a contagiarse. La tradición de despedir a nuestros muertos ha sido rota por el coronavirus, una peste que, según los científicos, no va a pasar por ahora, a menos que se logre una vacuna salvadora.

Por cierto, una investigación publicada el 17 de marzo de 2020 por el Instituto Tecnológico de Machucantes (MIT, por sus siglas en inglés), Boston, Estados Unidos, indica que debemos olvidar volver a la normalidad hasta que aparezca la vacuna, que podría estar lista en 18 meses, es decir para finales del 2021. Esa versión la sostienen otros especialistas.

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Recomienda asumir la cuarentena como “un nuevo estilo de vida”. Cada lugar o comercio debe reducir su capacidad de aforo (cabida) en un 75 %%. Esto puede incluir negocios o empresas e incluso movimientos sociales como marchas, protestas, actividades políticas o de entretenimiento.

La investigación plantea, además, aplicar con rigidez el confinamiento social y deben cesar las costumbres sociales desde los saludos hasta las reuniones familiares, fiestas y demás jornadas. Los gobiernos y los padres, agrega el estudio, deben prepararse para educar a sus hijos en casa para evitar la contaminación.

Creo en esas recomendaciones. Una de las razones que explican por qué el coronavirus no ha sido tan catastrófico en Japón es por el distanciamiento social, un factor propio de su cultura. Ellos no salen mucho a reuniones ni fiestas, comportamiento distinto a los demás pobladores del mundo que no toleran estar en el hogar.

En República Dominicana, por idiosincrasia, los ciudadanos somos indisciplinados y apostamos siempre a desobedecer las leyes. Es la razón de tantas aglomeraciones en las calles en plena cuarentena y de constantes defunciones causadas a diario por la epidemia.

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Se impone una rígida aplicación de la ley para evitar tantas muertes. Cada día en Dominicana mueren más de diez personas por el Covid-19, mientras cientos están en cuidados intensivos. La causa: la aglomeración en las calles.

De nada han valido las orientaciones de las autoridades para que se mantenga el distanciamiento de un metro en los grupos, que usen mascarillas y guantes. Tampoco la declaratoria del toque de queda, pues más de 40,000 personas han sido arrestadas por desacatar esa medida presidencial, algunos de ellos en peleas de gallo, jugando dominó en las aceras o jugando con pelotas en la calle.

En normal ver a los ciudadanos haciendo las filas en los supermercados y otros centros comerciales, muy pegaditos. Incluso, a esos sitios acuden hasta tres miembros de una misma familia. También, son vistos dos o tres personas transitando en motocicletas, aunque con mascarillas.

No hemos cambiado esa conducta y, al parecer, seguiremos así. Es un asunto de educación. Después, vendrán los lamentos. ¡Joder, cuánta indisciplina!