Lo que esperamos en el 2024

Por Manuel Vólquez

Al momento de escribir este artículo, el Centro de Operaciones de Emergencias (COE) informaba que se registraron 35 accidentes de tránsito operativo en autopistas, carreteras, calles y avenidas en las primeras horas del 31 de diciembre, previo a la llegada del Año Nuevo. De estos, 30 involucraron motocicletas, uno un vehículo liviano y cuatro atropellamientos.

Esos detalles son similares a los ofrecidos por el organismo socorrista en los festejos de la Nochebuena, lo que demuestra que seguimos montados en una calamitosa película de nunca acabar, con un relato secuencial e invariable.

Las estadísticas gubernamentales dicen que los motoristas son los principales causantes de los accidentes viales, seguidos por los camioneros y conductores de vehículos livianos.

A partir del nuevo milenio, con la llegada del año 2000, las motocicletas alcanzaron el primer puesto del parque vehicular dominicano, que al cierre de ese año sumaba 1,294,998 vehículos.

La última vez que los automóviles superaron las unidades de motocicletas fue en 1999. El parque automotor de esa época cerró con 1,090,833 vehículos. De esa cantidad, el 37% (406,723) fueron automóviles, y el 34% (375,023) pertenecieron a motores, según la Gerencia de Estudios y Tributarios de la Dirección General de Impuestos Internos (DGII).

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Las bebidas alcohólicas, las drogas y otras sustancias tóxicas son el detonante de las conductas inapropiadas de los individuos que se transportan a bordo de esos aparatos móviles. Eso es lo que repiten con insistencia los reportes de los médicos forenses.

Son personajes que se enmarcan en el prototipo de los seres humanos salvajes, unos inadaptados sociales que se resisten a digerir el código de la civilización moderna.

Estos sujetos, a quienes los medios de comunicación y otros sectores de nuestra sociedad suelen denominarlos “padres de familias”, son imprudentes al máximo, irrespetuosos de la ley de tránsito y de las autoridades encargadas de aplicarla.

Rebasar a alta velocidad por la derecha de los vehículos, zigzaguear entre estos, pasar la luz roja de los semáforos, transitar sin licencia de conducir y el seguro de ley, son algunas de las violaciones que cometen. Las mayorías recorren las calles, carreteras y autopistas acompañados de otros individuos, incluyendo mujeres y niños, sin cascos protectores.

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Además, exhiben un manejo temerario y desafían el peligro echando carreras diabólicas por apuestas o calibrando los motores, prácticas que se han transformado en una riesgosa cultura con cúmulos de tragedias desastrosas.

¿Por qué continúa esa eventualidad, si tenemos el personal policial y vial para erradicarla? ¿Acaso se le teme al costo político al enfrentar a esos impertinentes “padres de familias”?

Lo otro es que hace falta desarrollar programas de orientación a la ciudadanía para que adopte medidas cautelosas cuando organicen viajes fuera de la ciudad, sobre todo cuando llegan los días de asuetos como Semana Santa, Navidad y Año Nuevo, épocas en las que se decide tomar carreteras para visitar los diferentes destinos turísticos y familiares.

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Muchas personas fallecen en accidentes de tránsito porque no tienen sentido común y actúan de manera mecánica al tomar decisiones erráticas cuando planifican los viajes internos en esas épocas. Es decir, salen de la ciudad a sabiendas de que podrían morir en un accidente y lo peor de todo es que en el trayecto de las autopistas van ingiriendo alcohol y otras sustancias alucinógenas.

Esperamos que en el nuevo año las cosas cambien para bien de todos. Algo bueno debe ocurrir para que no se pierdan tantas vidas en los accidentes de tránsito terrestre. También, que los dinosaurios de la política varíen la tediosa compostura de competir por el poder. La gente está hastiada de ver los mismos discursos de campaña.

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