La lucha no ha sido en vano

Felipe Mora
Felipe Mora

A casi seis décadas de aquellos acontecimientos, y pese a todos los tropiezos que hemos tenido, la fe del pueblo dominicano se mantiene inquebrantable con miras al porvenir.

Por Felipe Mora

Después de los acontecimientos bélicos iniciados en Abril de 1965, varias generaciones de dominicanos se han sucedido. Al cabo de 58 años de aquella gesta, cuando el pueblo en armas se lanzó a las calles en reclamo de la vuelta a la constitucionalidad sin elecciones, debemos preguntarnos ¿cuánto hemos avanzado? ¿Valió la pena tanto sacrificio?

A través de las casi seis décadas transcurridas desde entonces, el pueblo dominicano ha visto transcurrir su existencia en medio de grandes dificultades de índole económico, político y social. De la dependencia económica de rubros agrícolas, como la caña de azúcar, café y cacao, pasamos al turismo, con sus ingredientes de bonanza, carestía y suplicios.

Desde entonces, la población ha contemplado con estupor, y desde los mismos inicios en 1966 la instalación de un férreo régimen de fuerza restringió las libertades; persecución implacable contra dirigentes de izquierda; desapariciones sumarias, fraude en elecciones, división interna de los principales partidos políticos, violación a los derechos humanos, una reforma agraria que nunca satisfizo las necesidades más perentorias del campo; carestía y crisis de servicios.

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La corrupción, tema de amplia discusión en el ambiente político y social, ha estado presente a lo largo de las distintas administraciones que se han sucedido en los últimos 58 años.

Es indudable que el país ha visto crecer el número de escuelas,

de universidades, de centros asistenciales de salud, de los

servicios. Pero, la marginalidad es un cáncer que corroe a amplios

sectores nacionales.

Durante la Guerra de Abril, un reclamo de tanto o mayor peso específico fue el de la defensa de la soberanía nacional frente a la invasión de tropas interventoras de la mayor potencia militar y económica de entonces, los Estados Unidos, apoyadas por cientos de soldados provenientes de países latinoamericanos entonces con regímenes dictatoriales.

Cuando comenzaron los bombardeos y tableteos de las ametralladoras, habían transcurrido tan solo tres años, 10 meses y 24 días de la decapitación de la férrea tiranía trujillista, que mantuvo a los dominicanos en el oscurantismo durante 31 largos años.

El 24 de abril de 1965 la irrupción de las masas populares, con el coronel Francisco Alberto Caamaño al frente, hicieron tambalear un régimen que, viéndose acorralado, tuvo que pedir protección de un imperio.

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Cuatro días después, con la llegada de las primeras tropas de intervención de los Estados Unidos, y con el apoyo infame de la OEA, se echaba a perder el propósito de reponer el gobierno legítimo destituido en septiembre de 1963, a la cabeza del profesor Juan Bosch.

La cuota de sangre que aportó el pueblo dominicano se calcula en más de 3 mil víctimas mortales, aparte de los miles de heridos y apresados.

Cuando se sucedían aquellos acontecimientos, República Dominicana se colocó en el centro de la atención mundial. Los titulares de la gran prensa internacional nos catapultó como un pueblo con un valor fuera de serie, combatiendo de forma desigual frente a un ejército invasor provisto de modernos armamentos.

En el tiempo transcurrido, y aún con todos los avances obtenidos en democracia, hemos participado de la triste realidad que miles de jóvenes han sucumbido víctimas de políticas oscurantistas aplicadas por regímenes impopulares, como aconteció en el gobierno de los 12 años de Joaquín Balaguer.

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En 1965 la población del país superaba los tres millones de habitantes, y la pobreza hacía estragos entre amplios sectores nacionales. Hoy día, cuando somos más de 11 millones, la fuerza laboral exhibe la triste condición de que en su mayor porcentaje percibe un salario mínimo que alcanza apenas para sobrevivir.

Las fuerzas más identificadas con el sentir patriótico combatieron hasta donde aconsejaron las circunstancias con la aspiración de que en este país fluyera una democracia más representativa, libre de injerencias extranjeras.

Pero las distintas generaciones de dominicanos que se han sucedido desde entonces han sido partícipes de precariedades y falta de oportunidades en la inmensa mayoría de la población, en mayor proporción entre los obreros y campesinos.

Podemos decir a los cuatro vientos que el arrojo demostrado por nuestros combatientes frente a las tropas de intervención, hace 58 años, sirvió de ejemplo al mundo entero, para que se nos reconozca como un pueblo amante de la libertad y la democracia participativa.