Datos traumáticos

manuel volquez

Manuel Vólquez

Entre un 75 y el 80% de los jóvenes adultos dominicanos que han sufrido un accidente cerebrovascular (ACV) presentan algún tipo de discapacidad, según reveló el presidente de la Fundación Dominicana de Accidente Cerebral (Fundace), el periodista Feliz Vinicio Lora, quien fue impactado por esa emergencia médica en el 2010.

Los casos corresponden a personas entre 21 y 43 años de edad, lo que evidencia un aumento preocupante en la incidencia de estos eventos en adultos jóvenes que han ingresado a esa entidad.

Lora explicó que las discapacidades derivadas del ACV en estos pacientes van desde dificultades físicas, del habla, la memoria, la visión y la audición, hasta trastornos del pensamiento, razonamiento, capacidad intelectual y otras funciones cognitivas. Una gran mayoría presenta afectaciones emocionales como tristeza, ansiedad, frustración y miedo.

Es un detalle muy preocupante, alarmante y además conmovedor. Los datos recopilados por Fundace coinciden con estadísticas de la Sociedad Dominicana de Neurointervención y Neurología Vascular, que recomienda una nueva campaña educativa frente a esa patología.

Otro estudio similar realizado por la Asociación Americana del Corazón describe que en los últimos 30 años han ocurrido constantes derrames cerebrales en nuestra juventud menor de 49 años. Dice que factores como el estilo de la vida sedentaria, consumo de sustancias inadecuadas y el estrés, están contribuyendo a esa eventualidad.

Precisa que, aproximadamente, 59 dominicanos sufren infartos diariamente por lo que sugiere llevar una dieta saludable, hacer rutinas de ejercicios y un sueño adecuado.

¿Está nuestra población orientada sobre esa realidad? No lo creo. La juventud dominicana tiene la creencia de que los infartos cardiovasculares y derrames cerebrales solo atacan a los individuos de edad mayor, a los viejos. Incluso muchos muestran indiferencia cuando observan a personas con discapacidad mental o sicomotora, un desagradable fenómeno de salud que afecta la comunicación entre el cerebro y los músculos con causas que pueden ser congénitas, traumáticas, infecciosas o degenerativas.

Resalta la Asociación Americana del Corazón que en la República Dominicana el ACV es la segunda causa de muerte y una de las principales de discapacidad, situación que considera muy alarmante.

Esta situación no solo es recurrente en nuestro país. Bastaría con hacer un descenso en las ciudades latinoamericanas para darnos cuenta que es un mal en progreso.

Durante las últimas décadas, los esfuerzos por prevenir y tratar esos accidentes de salud lograron avances importantes en muchas partes del mundo. Sin embargo, un estudio publicado en The Lancet Regional Health muestra que en la región de las Américas esos progresos se han desacelerado e incluso en algunos grupos poblacionales han comenzado a revertirse.

La investigación analizó datos de 38 países del continente americano entre los años 1990 y 2021 donde se evaluaron tendencias de incidencia, prevalencia, mortalidad y discapacidad asociada a la enfermedad. La información permitió comparar distintos contextos de la población estableciendo que en el 2021 se reportaron 1,1 millones de nuevos casos, 12,9 millones de personas viviendo con antecedentes o secuelas y medio millón de muertes por ACV en la región.

Todos estos indicadores aumentaron respecto del año 1990. No obstante, al estandarizar estas tasas por edad se halló una disminución sostenida entre 1990 y 2010. Pero desde el 2015 esa tendencia cambió, pues en muchos países volvió a elevarse, especialmente en jóvenes y adultos de ambos sexos con edad de 15, 49 y 75 años.

Por otro lado, en el 2019, un total de 2.0 millones de humanos murieron a causa de las enfermedades cardiovasculares. Las tasas de mortalidad varían entre los países desde 428,7 muertes por 100.000 habitantes, en Haití, a 79,5 por 100.000 habitantes, en Perú.

Entre los 38 países con el nivel más alto de estadísticas de defunciones por esa eventualidad están: Haití (428,7), Guyana (319), Surinam (220,7), Venezuela (214), República Dominicana (209,4), Honduras (291), Granada (258,0), Bahamas (215), Cuba (181,9), Brasil (167,7), Argentina (158,2) y otros, mientras la escala más baja la registran Costa Rica (98,6), Chile (93,0), Canadá (80,6), Panamá (128,8), Estados Unidos (128,1) y Uruguay (127,9). (Fuente: Organización Panamericana de la Salud. “La carga de las enfermedades cardiovasculares en la Región de las Américas”, 2000-2019).

Esos detalles deben tenerlos en cuenta nuestras autoridades, el liderazgo político y social. Los fenómenos cardiacos son asesinos silenciosos que atacan cuando menos lo esperamos. Es un episodio desagradable que no respeta edad porque arremeten por igual a jóvenes y adultos mayores.

No se trata de algo que se debe ignorar. Lo contextualiza mi experiencia. Desde hace 11 años soy un sobreviviente de un derrame isquémico, que me generó discapacidad físico-motora permanente en el brazo y pierna izquierdos, que sacó del trabajo productivo. Desde entonces, he cambiado mis hábitos alimenticios de manera radical, convirtiéndome en un rehén de los médicos, de los medicamentos antihipertensivos y los que previenen la formación de coágulos sanguíneos en el cerebro. Abracé una rutina diaria de ejercicios con caminatas cortas, alejarme de todo lo que pudiera afectarme en lo emocional y nunca acepté la depresión. Llevo una alimentación más sana y la lectura es mi mejor terapia.

Todos tenemos una deuda con la muerte, algo inevitable que los humanos tenemos en común. Es la regla de la vida porque no somos inmortales; pero si la población modifica el estilo de la vida sedentaria, el consumo de sustancias inadecuadas o chatarras, alejarse de las drogas narcóticas y otros vicios letales, existe la posibilidad de extender un poco los años de existencia terrenal.

En ese contexto, se necesita la educación continua sobre la prevención de los infartos y derrames, tareas fundamentales para reducirlos y así mejorar los niveles de vida. Es cuestión de mantener la conciencia individual sobre el riesgo al que se expone, si no nos cuidamos.

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